Una lucecita que llevar a través de la noche y la tormenta
Un artículo de Wolfgang Giegerich escrito en el 2004, sobre la situación actual de la psicología junguiana. Traducción de Enrique Eskenazi.
El siglo de la psicología ha terminado.
Se han estrellado las grandes expectativas a las que dio origen la
emergencia de la psicología, en particular la psicología profunda o
terapéutica, al comienzo del siglo XX. Incluso el psicoanálisis
freudiano se enfrenta hoy con un espíritu hostil en el pensamiento
predominante. Para la psicología en la tradición de C. G. Jung la
situación es, por un lado, un poco más fácil, pero por el otro mucho más
difícil. Es más fácil porque en su mayor parte opera a sotavento de
otras psicologías, siendo apenas advertida; es más difícil, porque su
sustancia más íntima se ve amenazada fundamentalmente. Esta amenaza
viene de diferentes direcciones.
Ya es inherente, en primer lugar, en el modo mismo en que está
construida la psicología junguiana, en tanto que la pretensión de Jung
de que su psicología tuviera el estatus de una ciencia estrictamente
empírica se ha demostrado insostenible, y en tanto ha fracasado su
esperanza de que la psicología pudiera ofrecer una respuesta al problema
psicológico-espiritual de la era, tal como nos vemos ahora obligados a
comprender (W. Giegerich, “The End of Meaning and the Birth of Man”,' Journal of Jungian Theory and Practice, Vol. 6, No. 1, 2004)
En segundo lugar, la amenaza a la sustancia de la psicología
junguiana viene también de los seguidores y amigos de esa psicología,
por una parte los junguianos profesionales en cuyas manos se ha
transformado en algo completamente distinto de lo que Jung pretendía con
su “psicología compleja”, como ha demostrado sobre todo Sonu Shamdasani
(Jung and the Making of Modern Psychology. The Dream of a Science,
Cambridge University Press, 2003). Nadie probablemente querrá admitir
que aquello contra lo que Jung luchó vive aún entre ellos y ha sido
fructíferamente desarrollado. Aún hoy se tendría que estar de acuerdo
con Hillman cuando afirmó años atrás que los junguianos “son en su
mayoría gente de segunda categoría con mentes de tercera categoría”
(Hillman, Inter Views, New York [Harper & Row] 1983, p.
36). La psicología junguiana tiene la desgracia de no haber sido capaz
de atraer grandes mentes, en contraste por ejemplo con la psicología de
Freud, que produjo un psicólogo de la talla de Lacan y sirvió de
inspiración a muchos pensadores y poetas. Por otra parte, la amenaza
viene también de los seguidores de la psicología junguiana entre el gran
público, entre los cuales la obra de Jung ha degenerado en una
“psicología pop”, en otras palabras: en un bien de consumo, que ante
todo tiene la función de satisfacer las necesidades privadas emocionales
e ideológico-espirituales, y compensar así un sentimiento de vacío.
En tercer lugar, la amenaza más reciente proviene del exterior,
del espíritu de la época que con tremendo poder impregna el clima
político, y de hecho incluso afecta las regulaciones legislativas y
administrativas. La psicología profunda, que actualmente tendría la
tarea de ser de algún modo “subversiva” respecto a las tendencias
colectivas predominantes, ha sido entretanto tomada bajo las alas del
estado, controlada y por tanto “embolsada” por él. Si bien el estado
enfoca legítimamente lo que tiene que regular desde puntos de vista
puramente externos, en el caso de la psicología, entendida como la
disciplina de la interioridad, tal tratamiento desde una perspectiva
externa es fatal. Y más fatal aún cuando hoy se ha endurecido y se ha
radicalizado mucho más este modo exterior de ver las cosas: un enfoque
abstracto, completamente utilitario, cientificista, tecnicista y
cuantificador. Lo que hoy se quiere esencialmente es normalización
(conformidad forzada, es decir, Gleichschaltung) y control. El
supremo principio rector es el de la distribución del dinero disponible.
Unas cuantas palabras clave para esta tendencia poderosa son:
certificación de prácticas, administración cualitativa, procedimientos
de tratamiento normalizados obligatorios para enfermedades específicas,
eficiencia, evaluación, medicina basada en pruebas, ICD-10, provisión de
asistencia sanitaria para la población. Este es un aspecto. El otro es
que la actitud predominante basa su toda su esperanza en factores
biológicos, en la fisiología del cerebro, en la genética, la terapia
conductista, pero excluye la mente, el alma, la hermenéutica.
En esta situación la psicología junguiana, en tanto que
psicología “con alma”, se encuentra en una posición semejante a la que
se encontraba el ego del sueño en el siguiente sueño de Jung: “Era de
noche en un lugar desconocido, y avanzaba dolorosa y lentamente en
contra de un fuerte vendaval […] Tenía mis manos en forma de copa
alrededor de una lucecita que amenazaba con apagarse a cada momento.
Todo dependía de que pudiera mantener viva esta lucecita […]” (Recuerdos, sueños y pensamientos)
Pero ¿qué es esa sustancia que queda de hecho de nuestra
herencia junguiana y que necesita hoy ser llevada a través de la noche y
la tormenta como una pequeña luz? Aparte de numerosas intuiciones
individuales, es un tesoro doble, algo que contiene una tensión entre
sus dos aspectos dentro de sí mismo: el don que Jung nos hizo de un
concepto de “alma” y de un concepto de “individualidad”.
Después de la muerte de Jung, Karl Kerényi escribió: “Si ahora,
reconsiderando el fenómeno C. G. Jung, pusiera en palabras lo más
característico suyo, también sobre la base de contactos personales
durante los últimos veinte años, entonces es tomar el alma como real.
Para ningún psicólogo de nuestro tiempo la psique poseía tal concreción e
importancia como para él” (K., Kerenyi, Wege und Weggenossen, vol. 2, München [Langen Müller] 1988, p., 346, mi traducción).
Aquí el punto decisivo es qué quiere decirse por “alma”. Un
comentario marginal sobre este pasaje por el mismo Kerényi lo deja
claro. Citando frases de una carta suya a C. J. Burckhardt del 18 de
diciembre de 1961, afirma: “Jung me escribió [...] citando a un
alquimista, 'maior autem animae [pars] extra corpus est' y
realmente lo significaba. Se destaca como el único entre sus colegas -al
menos no encontrado otro entre los psicólogos no practicante de una
religión- que creía firmemente en la existencia del alma” (ibid., p.
487, mi traducción). La mayor parte del alma está fuera del cuerpo.
Con esta tesis Jung rompe con el prejuicio antropológico, biologista,
personalista, que predomina en la psicología de hoy como un hecho dado
por supuesto y sin la menor reflexión crítica. El hombre “está en el
alma”, y no al revés. “El alma”es un Universal real, y un Universal
concreto además. Ahora se abre la puerta para la visión de que es la
vida lógica, el spiritus rector de la relación del hombre con el mundo.
Esto implica dos importantes aspectos adicionales, a saber la
captación del carácter esencialmente histórico del “alma” y del hecho de
que no sólo se preocupa por la funcionalidad y los mecanismos
(reacciones, procesamiento de experiencias, el aparato psíquico), sino
también por contenidos sustanciales o significados -un hecho que por
supuesto está en la mayor oposición al presupuesto nihilista de
probablemente todas las otras psicologías. Por encima de todo, este
concepto de alma significa que se ha comprendido que el tema de la
psicología no puede positivizarse, sino que es lógicamente negativo.
Podría parecer paradójico, aunque en verdad es consistente, que
precisamente por tener un concepto de “alma” como un Universal real y
como algo que no puede positivizarse, Jung puede tener un conocimiento
real de la verdadera individualidad en su singularidad y unicidad. Ambos
lados (el Universal y el individual) son interdependientes, puesto que
ambos están al margen de la abstracción predominante, para la cual
incluso lo individual está subsumido en un Universal abstracto (en un
diagnóstico, una teoría, una definición, una “historia de casos”, una
estadística, una técnica a serle aplicada, o meramente bajo el concepto
universal abstracto “individuo”), para la cual sin embargo no ha de ser
un individuum ineffabile y no debe ser apercibido como tal.
Porque si fuera visto como tal, se escaparía del campo de concentración
(actualmente sublimado) de un pensamiento en términos de control, que
rige sobre toda la lógica de nuestra era. Pero ésto es precisamente lo
que nos exige el enfoque junguiano en la terapia: encontrar a cada
persona, y de hecho a cada momento, en su singularidad; en otras
palabras, fuera de ese campo de concentración: soltarnos -sin redes
lógicas de seguridad- en la frescura y novedad de cada momento presente y
en la subjetividad atómica de nosotros mismos- a fin de descubrir en
ello, sólo en ello, nuestra verdadera humanidad universal.
© Wolfgang Giegerich 2004.