Wolfgang Giegerich: La cuestión realidad/irrealidad
James Hillman y Wolfgang Giegerich ¿una sicigia? |
James Hillman representa un avance decisivo en la psicología analítica de Carl Gustav Jung, que postuló la dinámica autosuficiente del símbolo, a través de la psicología arquetipal de la cual es el máximo representante. Esta corriente plantea la vida psicológica en términos politeístas, mostrando una vida psíquica poblada de múltiples dioses a los que hay que atender como la realidad más próxima al alma (psique).
En julio de 1992 se celebró un certamen como homenaje a Hillman, al principio del cual éste animó a los participantes a que invocaran al dios Dioniso, con la pornografía como tema. Uno de los momentos más polémicos fue la participación del analista Wolfgang Giegerich que criticó tal importación de los dioses clásicos. Marcus Quintaes lo explica así: "Giegerich argumenta que no se puede desistir de sacrificar toros y
continuar afirmando que se cree en Zeus. Si se hace un festival para
celebrar a los dioses es necesaria una matanza sacrificial, pues es ésta
la que trae la presencia divina que transforma el día en festivo o
sagrado" (1). En las propias palabras de Giegerich: "La palabrería sobre los dioses en la psicología arquetipal es sólo un
tipo de jerga glamurosa, distante en lo fundamental de la realidad a la
que antes remitía la palabra 'dioses'". A raíz de aquí nace un debate entre Hillman y Giegerich que llevará al primero a responder a tales acusaciones en el artículo "Una vez más en la brecha" de 1994. Giegerich contesta con el siguiente artículo: Una respuesta a la respuesta de Hillman.
Sergi Ferré
::::::::::::::
Habiendo dado un paso
o dos más allá de la psicología arquetipal,
he esperado durante algún tiempo una reacción de mi amigo
James Hillman, de quien tanto he aprendido y de cuyo trabajo el mío,
aún cuando a veces sea crítico con el suyo, siempre estará en
deuda. Se ha cansado de la argumentación intelectual, del estilo
de pensamiento argumentativo que tan elegante y convincentemente practicó en
obras tales como Re-Imaginar la Psicología. De modo que
estoy muy agradecido por que haya vencido a su reluctancia y una vez
más
haya entrado en batalla, más aún cuando sus acusaciones
me dan la oportunidad de clarificar algunos malentendidos respecto a
mi posición, que otros lectores de Spring puedan compartir
con él.
Sin embargo me sorprende un poco que sus
objeciones estén en la línea
de los mismos antiguos gritos de batalla con los que la psicología
arquetipal en sus primeros días se distanció de los modelos de
pensamiento más convencionales de la psicología junguiana: literalismo,
fundamentalismo, visión monoteísta, falacia ontológica (2), activismo del
ego, etc. Estas falacias son el material de la escuela elemental de la
psicología arquetipal. Había imaginado que Hillman otorgaría más
sofisticación y complejidad a mi argumento en “Matanzas”,
ya que después de todo él mismo, en el mismo artículo, me considera con
extraordinaria generosidad una “mente totalmente radical”. Las viejas
etiquetas, creo, ya no bastan contra ideas que se han desplazado a
nuevos horizontes.
El mito de Barba Azul |
Una dificultad con mi artículo “Matanzas” es
por supuesto su brevedad. Es 1) la condensación de 2) sólo
la mitad del argumento presentado en mi libro, Totüngen. En
la primera mitad de este libro hablo hacer de “Matanzas de Primer
Orden” (del cual es un resumen mi artículo en Spring);
en la segunda discuto bajo el encabezamiento “Matanzas de Segundo
Orden” el proceso histórico en el cual el alma (comenzando
por ejemplo con los profetas del Antiguo Testamento) se vuelve contra
los mismos sacrificios de sangre previamente apreciados durante siglos
o milenios. Con un acto incisivo de matanza tras otro (hasta, por
ejemplo, el Iluminismo y la Revolución Francesa) el alma ha provocado
sistemáticamente
la destrucción de la sustancia de las culturas ritualistas. Además,
todo el libro sobre las matanzas fue planificado originalmente como un
capítulo
de otro libro escrito simultáneamente, Animus-Psychologie,
que expone una teoría de la psicología basada en la idea
del alma como la sicigia dialéctica, autocontradictoria de a)
alma como anima y b) alma como animus (3). La psicología arquetipal
junguiana parece haber prestado atención más o menos
sólo a una mitad de la sicigia entera, sirviendo
predominantemente a un anima separada de su propio Otro, el animus como
logos y lógica
(cuyo imagen fenomenológica primera y más extrema
es el asesino del alma, Barbazul). Así la psicología tiende
a defender la inocencia virginal del anima y su imaginación...
Al estar privado de su contexto más amplio, un
artículo tan corto sobre un tópico tan amplio se presta
a malos entendidos. El lector tiende a captar sus ideas con la estructura
usual de la psicología arquetipal y no dentro del horizonte en
que son concebidas. De modo que el artículo debiera considerarse
de hecho no más que como un aperitivo para el primero de ambos
libros. No debiera bastarse a sí mismo, a menos que el lector
tenga la capacidad y la disponibilidad para pasar por el trabajo de reconstruir
en su mente, a partir de las pautas dadas, la estructura presupuesta
que se explica en los dos libros.
Pero consideremos las objeciones individuales de Hillman.
Comenzaré con la segunda, la falacia ontológica, porque
es la más básica. Hillman afirma que elijo un tipo de realidad
(es decir, “los hechos efectivos”) de un amplio campo de
realidades (tales como ideales, principio, metáforas, etc.) y
lo privilegio sobre los demás. Sin embargo no es eso lo que hago.
No hablo de realidades en absoluto. Mi argumento no es ontológico;
es lógico (psico-lógico). Este es uno de los cambios esenciales
que hice hace algunos años; ir más allá de la ontología
a la lógica, más allá de “Heidegger” a “Hegel”.
Por supuesto, todos los tipos de realidades que lista Hillman son reales.
No tengo problemas con eso. Y la visión
de Jung de la psique como fantasía que crea diariamente realidad,
es la premisa de la cual procede mi pensamiento, así como también
la otra idea de Jung, que estamos rodeados por la psique por todos los
lados, y de modo inescapable. Hasta este punto no hay diferencia entre
Hillman y yo. ¿Cómo podría, habiendo aprendido
mi lección hegeliana, desear “salir de la mente” (p.7)
hacia algo “más real”? ¿Y como podría
esperar llegar allí mediante grandes expresiones que terminen en -keit,
-heit, -tum (p. 7), lo que muestra abiertamente que son abstracciones
y propiedad inalienable de la mente?
Para mí el problema de la “realidad” comienza
después de que uno ha entendido que la psique crea “fantásticamente” realidad
cada día, y que no hay nada que “no sea real”. Sólo
entonces surge mi cuestión, la cuestión de qué estatus
lógico y psico-lógico tiene cualquier cosa. Cuando
Hillman afirma que ciertos colegas “preservaron durante los días de Disney de salud
y felicidad consumista una visión
de una implacable verdad viva” (p. 2) o cuando dice que el grito que atravesó la
antigüedad al comienzo de la era cristiana, “el Gran Pan ha
muerto”, era “sólo un trozo de propaganda cristiana” y
añade, “Diga una mentira lo suficientemente grande y se volverá una
verdad creíble” (p. 13), está operando con las mismas
distinciones lógicas entre algo real y algo aún no real.
Los días de Disney de salud y felicidad consumistas y el grito: “El
Gran Pan ha muerto” eran reales hablando ontológicamente.
Pero con las palabras “Disney” y “consumismo” en
contraposición a “verdad implacable” en un caso,
y a “propaganda” o “mentira” en el otro,
indica que él mismo les deniega el estatus lógico de verdad
o realidad. La publicidad, la realidad virtual, el ciberespacio, las
pegatinas sobre los coches, las ideologías, las flores de plásticos
son muy reales (ontológicamente). Pero eso no implica que lógicamente
tengan el mismo estatus de realidad que, por ejemplo, un templo griego
o una catedral gótica. Lo que es real en un sentido puede sin
embargo ser falso en otro.
Esto me lleva al uso de “Dioses” en la
psicología arquetipal. ¿No podría ser que si se aplica el “ver a
través” propio de la psicología arquetipal a los productos de la misma
psicología arquetipal se descubra que alguna de sus interpretaciones no
tienen el estatus de “verdad implacable”, sino que pertenecen a un tipo
de mundo Disney? ¿Que los “Dioses” vistos por algunos psicólogos en los
fenómenos de hoy son como pegatinas puestas sobre los fenómenos, más que
una automanifestación de los Dioses en o a través de los fenómenos?
Creo que éste es el caso. Mucho del discurso sobre los Dioses me parece
directamente ilusorio. Los fenómenos de la vida son semejantes a lo
largo de las eras. Debido a las analogías formales es fácil
interpretar los fenómenos de nuestro tiempo en términos de los Dioses
que los griegos habrían visto en ellos. Pero para hacer esto uno tiene
que sacar los fenómenos de hoy del contexto moderno actual que los
informa y darles un estatus enteramente distinto.
¿Es tan inverosímil pensar que la psicología
con su acento sobre las imágenes sea un partícipe inconsciente y, de
hecho, un contribuyente del poderoso movimiento de la humanidad
occidental hacia el mundo artificial de la publicidad, los museos, los
espectáculos, el turismo, Disneylandia, la realidad virtual, sólo que de
un modo mucho más ennoblecido y en un nivel más elevado
intelectualmente?
Hillman dice: los Dioses son inmortales. Estoy de acuerdo.
Pero considero “inmortal” como un atributo imaginal de los
Dioses y no como un hecho literal, del mismo modo que no creo que dos
personas que se prometen eterno amor no sean libres de llegar a
divorciarse unos años
después o que deban considerarse mentirosos si se separan. El
mismo Hillman es aquí culpable de “concretismo mal ubicado”.
Precisamente porque la psique crea realidad siempre de nuevo, también
crea sus Dioses, juntos con toda la experiencia del mundo de un pueblo
o cultura. Pero si esta cultura o pueblo han pasado, sus Dioses con toda
su inmortalidad también han pasado. Cuando digo que no se puede
tener a Zeus sin sacrificios de toros, quiero decir que Zeus no es una “substancia” intemporal
con diversos “atributos”. Los Dioses son hilos en trama llamada “nación” o “cultura”,
son imágenes en el “poema” mayor que el alma crea
en y a través de una cultura histórica dada (con todas
sus costumbres, rituales, ideas, organización social y política,
su estilo de economía, su estadio de tecnología, etc.).
Así como no se puede quitar una imagen individual de un poema
e insertarla en otro poema sin distorsionarlo todo, no se pueden extraer
los dioses griegos del contexto total del “poema” llamado
Antigua Cultura Griega e insertarlos en el mundo moderno. O bien se puede
hacerlo, pero entonces, aunque se pretenda que no son meras alegorías, se
los reduce al estatus de alegorías, citas, “schöngeistiges
Bildungsgut”, categorías abstractas... Y a la vez se bloquea
el camino para ver y honrar al dios o los dioses reales de nuestro tiempo.
Esto no implica negar que todavía hoy haya sueños
arquetipales y otras experiencias visionarias, en los que
pueden aparecer auténticas imágenes de los antiguos dioses.
Pero entonces sólo aparecen en la esfera privada, personal, subjetiva,
del individuo moderno, al igual que, por ejemplo, la antigua rueca puede
reaparecer como parte de la afición privada de alguna persona, si bien es
claro que ya no puede ser un factor económico real ni un medio
de producción
viable. Aquellos dioses no son parte de nuestra vida pública,
objetiva, ni de nuestro conocimiento oficial, tal como fueron los dioses
en tiempos antiguos y arcaicos, cuando la “teología” y
el ritual impregnaban la totalidad de la vida, el Estado y
el conocimiento integral acerca del mundo. Como dijo Jung, Zeus ya no
habita en el Olimpo, es decir, el mundo real. Hillman probablemente tiene
razón:
los dioses aún “habitan nuestra subjetividad y gobiernan
nuestros actos”, pero se olvida de añadir que tales dioses,
que se han retirado a nuestra subjetividad, ya no son dioses,
sino dioses aufgehobene (trascendidos y superados). Los dioses
en los sueños modernos son “abgesunkenes Kulturgut” (bienes culturales perimidos) ,
así como nuestra psicología personal, privada, es en general
la historia pasada del alma, en tanto superada (“aufgehoben”),
y en este sentido no es lógicamente real. La psicología,
en tanto psicología del individuo subjetivo, es eo ipso atención
a lo que por definición es obsoleto (pero no obstante “real” en
el sentido ontológico de Hillman; por “obsoleto” no
deseo indicar que uno no debiera atender su propia vida onírica
y psicología personal, sus síntomas; deseo expresar
meramente su estatus lógico). Los antiguos griegos no tenían
una psicología privada, subjetiva, así como no tenían
una división entre trabajo y tiempo libre o aficiones (en cambio tenían
esclavos). Estas son adquisiciones de la era moderna e indicadores de
que nuestra vida se ha vuelto mucho más compleja lógicamente.
Me hace muy feliz la transposición que hace Hillman
de este discurso al laboratorio alquímico. Pero veo dos problemas
en la manera en que lo hace. El primer problema es que parece limitar
el laboratorio alquímico a un área reservada. Para mí el
principal laboratorio alquímico del alma es la historia, la historia
de la cultura y de la consciencia, la historia del alma. Ciertamente,
pensamos diversos tipos de ideas y formamos experiencias diversas de
la realidad en diversos momentos del Opus alquímico (p.
9). Esto es exactamente lo que digo acerca de los dioses y de los muchos
diferentes momentos (eras) de la historia. En cada nueva era fundamental,
el mundo, por así decirlo, se crea de nuevo junto con sus dioses.
Entre las diferentes fases, entre la nigredo y la albedo (4) en
la alquimia literal, hay por ejemplo una muerte completa, habiéndose
disuelto todo, descompuesto, vaporizado, quemado. ¿Por qué Hillman
quiere retener una identidad (“inmortalidad”) cuando habla
sobre los dioses, mientras que a la vez insiste en una diferencia real, en
contenido y forma, entre los diferentes momentos de la obra?
Para ser justo debiera cualificar que no quiere retener
los dioses en su misma fenomenología histórica y con la
misma forma antigua de su culto. Sólo
retiene -a mi parecer- una identidad abstracta, por ejemplo, de Zeus,
a la vez que declara prontamente que todos los atributos específicos de
Zeus son contingentes (p. 4), y ésto hasta el extremo de que me pregunto
cómo se sabría que el nuevo “Zeus” es todavía
Zeus. Podría ser cualquier cosa, de acuerdo con el modo en que habla
Hillman ("cualquier maldito modo”, p. 4). Todavía pienso
que las imágenes o realidades imaginales tienen su identidad en
su fenomenología específica; son su fenomenología;
no tienen, en el estilo de pensamiento de la metafísica tradicional,
una identidad detrás de su fenomenología -entonces intercambiable.
Si su fenomenología se va, también se van ellas.
¿Por qué me acusa de “pensamiento
monoteísta” (p. 9) aún
cuando mi argumento es justamente que cada momento diferente en la historia
tiene sus propios y diferentes dioses, verdades, modos de ser-en-el-mundo?
Como advirtió adecuadamente Hillman, usé el tiempo pasado
al hablar acerca del sacrificio y acerca de los dioses. Pero el usé el
pasado no porque me esté “desconectando de ellos” (cf.
p. 14), “separando
el mundo humano de los dioses” (p. 12) sino porque el opus procede
mediante cortes (lógicos, no siempre empíricos) radicales,
como los que hay entre la nigredo y la albedo. El opus (y no yo, personal y subjetivamente) ha
separado a gran escala objetivamente la consciencia del
hombre moderno de los dioses, incluyendo supongo
la de Hillman y la de W. F. Otto. El Hillman renacido como pagano, empero,
parece seguir aquí la lógica cristiana; con W. F. Otto piensa
que la cuestión “no es cómo partieron los dioses; la
cuestión es cómo los perdimos de vista” (p. 12 ss).
En otras palabras, debemos culparnos a nosotros, los humanos; es nuestro
pecado; no los tuvimos lo suficientemente presentes. No se trata de un
cambio fundamental en el destino de los mismos dioses, ni de una transformación
alquímica
de la “sustancia” lógica o imaginal del mundo en el
plano “metafísico” o “arquetipal”.
Pero Hillman sabe más. Sabe que hoy el “único
dios que queda que verdaderamente es universal, omnipresente, omnipotente,
fielmente obedecido en pensamiento y acción, que une a todo el género
humano en actos diarios de devoción” es “La Economía” (p.
16), o como lo diría yo, el Dinero. Esta es exactamente la intuición
a la que me llevó mi investigación en mis dos libros mencionados
más arriba, en los que también ya se ha realizado la tarea
que Hillman me encomienda: buscar el dios en la enfermedad
y “mirar
dentro de esos sentimientos de desesperación con los que acaba su
artículo” (p. 14). Pero mientras yo me dejo “colocar” (en
el sentido de Casey) en esta nueva situación por el opus de
la historia del alma, Hillman se siente libre de actuar como si los
antiguos dioses -Zeus, Hades, Hestia, Hermes, Dionisos y así sucesivamente-
todavía vivieran, a pesar de su propia indicación.
Las tres fases alquímicas de la transmutación: Nigredo, Albedo y Rubedo |
El segundo problema que tengo con su analogía
alquímica
es que sólo menta dos momentos del opus alquímico
y me coloca en el primero, la nigredo, y a sí mismo en
el segundo, la albedo, aunque bien sabe que la Obra continúa,
a partir del estadio de albedo hacia el de citrinitas,
amarilleo. Pues Hillman es después de todo el experto en “El
Amarilleo de la Obra” (ver su artículo sobre el tema en
los Procedimiento del Undécimo Congreso de Psicología Analítica,
en París en 1989). Puedo estar equivocado, pero en mi apreciación
mi obra puede verse como perteneciendo a la fase de amarilleo de la Obra
y no a la nigredo -si se quiere usar estas metáforas.
Tampoco niego la validez de la verdad del estadio de la nigredo ni
la verdad del estadio de la albedo. ¿Pero puede detenerse
aquí nuestro pensamiento? Mi crítica a la psicología
arquetipal, para seguir dentro de esta metáfora, es que se queda
en estado de albedo, fascinada por el anima alba y
la inocencia de su imaginación pura, intacta, ilesa. Mi cambio
desde la ontología y desde una pura imaginación hacia la
lógica se corresponde con el acento en la forma intelectual (lógica)
o el estatus que en su artículo sobre el amarilleo de la
Obra, apoyándose en una frase del alquimista Dorneus, Hillman
correlaciona con la fase de amarilleo. Acaso se vuelva claro aquí lo
que quiero decir cuando afirmo que siento que no se ha hecho frente al
verdadero desafío de mi artículo. Lo que para mí va
más
allá de la albedo, en la interpretación que Hillman
hace de mi visión, se encuentra empujado de nuevo y sometido a
la fase que precede a la albedo. Entonces parecería que la psicología
arquetipal, en lugar de verse desafiada, ya hiciera tiempo que ha superado
la posición que defiendo, y que soy una especie de renegado.
Por esto Hillman supone que la actividad de fantasía
del alma, mediante la cual dice Jung se crea cada día
realidad, no es suficiente para mí y que pido algo más
duro, “un
hecho duro real, como cuchillos en los animales” (p. 8). Esto es
un error. Como he dicho, estoy perfectamente de acuerdo con la idea de
la fantasía creadora de mundo. No apelo al cuchillo y la sangre,
al estilo nigredo, contra esta fantasía creativa (de
paso: el instrumento que figura en mi
artículo no es el cuchillo, sino el hacha). Personalmente no tengo objeción al respecto, y los “hechos
duros” que Hillman me atribuye son obviamente hechos positivos,
a los cuales detesto. Estoy totalmente de acuerdo: los sacrificios, si
se los realiza como puros hechos positivos, son “sólo otra
carnicería o crimen en la carretera” (p.8). Pero no es este
el acto sacrificial del que yo hablo.
La cuestión que para mí surge con vistas
ala afirmación de Jung es muy diferente de la que Hillman imagina
que me interesa. Es la cuestión de cómo ha de
entenderse esta actividad de la fantasía o de qué modo
ocurre. ¿Es la actividad de fantasía pura, literal, que
flota libremente como acto mental, o una función psicológica
que tiene su propio Otro, acto y hecho, fuera y frente a sí misma
(lo cual parece ser la posición de Hillman, al menos en su respuesta)?
Mi respuesta es no. “Poéticamente el hombre vive sobre la
tierra” (p. 12), sí. Pero ¿tiene que tratarse de
poemas literales? Sé que esto es una exageración; lo que
pido del lector es que vea el poema en el sacrificio, o
que vea el acto sacrificial como el poema, como poiesis (5).
Lo que dije acerca de los sacrificios de sangre le exige al lector que
avance a un punto de indiferenciación, al concepto de
algo que, en tanto que acto literal, es sin embargo en sí mismo y a
la vez imaginal o lógico. En otras palabras, requiere que
comprenda el acto de matanza sacrificial como la forma en que se manifestó originalmente
la misma actividad de fantasía de la que habla Jung. Que es por
lo que la llamé el hacer-alma primordial.
Un acto positivo que es a la vez y en sí mismo
lógico
(no-positivo) es por supuesto una contradicción. No puede percibirse
o imaginarse (vorgestellt). Solo puede pensarse. Necesita
el “trabajo del Concepto”. Mientras se imagine el acto de sacrificio
según las líneas de la percepción y Vorstellung,
sólo se mira la conducta literal desnuda y su llamativa crueldad,
el ultraje que representa. No se llega nunca al obrar interior, la poiesis,
del acto. Por esto creo que la psicología tiene que ir más
allá de lo imaginal del anima alba y proceder a lo lógico.
Lo cual implicaría una revolución de la consciencia
(y también una pequeña revolución de la psicología
arquetipal; uno que, sin embargo, no la destruiría sino que la haría
llegar a su propio elemento)
Pero Hillman separa la fantasía del acto o del
hecho. Puede hablar de “la imaginación, la metáfora,
la abstracción, de este acto” (p. 8). En mi noción
del sacrificio no hay prioridad. El acto no es "realizado", "transformado", "animado" por la
imaginación como realidad primaria (p. 8). Ni está acompañado por
la fantasía. Es en sí mismo -esta es mi primera
tesis- fantasía creadora de “mundo”, es en sí mismo
un caso de la vida lógica del alma. Y mientras más atrás
se vaya, menos hay una fantasía o imaginación como acto
mental explícito, además de o independiente
de los actos concretos. El modo en que la psique creaba realidad
cada día era mediante el ritual, mediante la conducta real en
la recolección
y la preparación de comida, la construcción de casas, la
organización
de la sociedad y en la relación con el mundo natural y con los
muertos.
Al decir “sólo cuando la imaginación
transpone plenamente el acto de matanza en sacrificio, la matanza deviene
ritual...” (p. 8), Hillman malgré lui e inadvertidamente
postula un acto positivista, meramente literal, privado de imaginación,
como realidad primaria, el cual entonces podría o no ser transpuesto
en sacrificio secundariamente por la imaginación. De modo que “las
cansadas y probadas divisiones de... sangre-real vs. metáfora-abstracto” (p.
15) que me atribuye y contra las que combate explícitamente
siguen todavía
operativas detrás de su propio pensamiento. En mi comprensión,
tal acto desnudo, meramente literal, positivista, es sólo el resultado
tardío de una larga, larga historia,
es un notable logro cultural, y no un dato primario. Requirió miles de años de “matanzas del segundo orden” (la
obra del animus dentro de la sicigia: separatio, abstractio, purificatio)
para desnudar más y más lo real (el acto, el hecho, la
physis) de su naturaleza imaginal inherente, y emancipar
lentamente por medio de ello al mundo y al hombre del alma y de todo “significado”,
positivizando así la realidad. Jung lo habría llamado el
retiro de la proyección, pero también él sabía
que en realidad no había habido “proyección” sobre
hechos previamente desnudos, sino que todo comenzó con actos y
hechos que ocurrían como inherentemente animados, poéticos
(aunque no fueran conscientes en nuestro sentido). El hombre antiguo,
sostengo, no podía evitar actuar poéticamente. Sólo
nosotros estamos lo suficientemente emancipados como para concebir acciones
y hechos estrictamente positivos, hasta el punto de incluso llegar relativamente
casi a realizar actualmente tales puras acciones -al menos a
veces (sin, empero, alcanzar verdaderamente este “ideal” de
positividad)
¿Recuerdan lo que Jung dijo acerca de los elgony
africanos que realizaban un extraño ritual de saludo al sol naciente,
separando sus manos y tendiéndolas al sol? (6) Dijo que como era imposible
que explicaran por qué hacían ésto, se dio cuenta de que
en verdad sólo sabían que lo hacían, pero
no qué era lo que hacían; no veían ningún
significado en su acción. Esto también es conducta literal,
que en sí misma es significativa y (psico)lógica (no positiva;
Jung la interpreta como una oración muda, inconsciente) y, sin
embargo, carente de cualquier imaginación previa,
o secundariamente transformativa, o acompañante.
Porque desde el comienzo el acto es la imaginación.
Hillman dice que lo que los dioses griegos pedían “no
era sangre; era no ser olvidados” (p. 5). Nuevamente, creo, separa
lo que inextricablemente va junto. Pues “no olvidar” no requería
un recuerdo mental, un tipo de meditación o una actitud interior.
El modo primario de no olvidar a los dioses era la realización
meticulosamente precisa de los rituales (principalmente sacrificiales)
que se les debía.
Que me haya vuelto hacia el sacrificio no
se debe por tanto a ninguna predilección mía personal por lo hechos
duros y los actos sangrientos. Fue necesario por exigencias intelectuales:
-la exigencia de ofrecer atención y apreciación
adecuada a un enorme sector de la fenomenología psicológica
que hasta ahora ha sido mayormente ignorado y descartado por la psicología.
- la exigencia de ir más allá de la oposición
simple (no dialéctica) de lo literal-factual con lo imaginal (oposición
con la cual lo imaginal mismo ha sido, malgré lui,
literalizado);
- la exigencia de dar el necesario crédito al
peso de lo imaginal tal como se encarna (“constela”) en un tiempo y lugar específicos, como así también
al peso psicológico (no literal) del tiempo irreversible, en tanto
que tal, a la historia, a las situaciones reales (en contra de las situaciones
imaginales, platónicamente concebidas como intemporales, que serían
el ciberespacio, la realidad virtual, o la versión de Hesse de
los juegos de abalorios de esa realidad);
- la exigencia de traer a casa al anima intacta, cerrada
en sí misma en el estadio de albedo, la consciencia de la
indispensable violencia lógica inherente en el alma como
sicigia.
Y creo que pude mostrar (en mi
libro aún mejor que en el breve artículo) que, y cómo, el acto literal del sacrificio, breve
y mudo, si se lo ve desde dentro, contiene de hecho en
sí mismo, o mejor aún es, un rico mundo de vida
imaginal (mejor aún: vida lógica). Cuando Hillman dice
que “sin esa visión que percibe mitos en los actos, el sacrificio
sólo es una mescolanza sangrienta” (p. 12) me pregunto por
qué no ve que precisamente lo que hago es percibir y describir
el mito en el acto sacrificial, y por qué insiste en reducir el
acto sacrificial al estatus de un hecho duro positivo -o al estatus de
una mera herramienta para recordar los dioses (ver más abajo).
Esto me lleva a la tercera acusación de Hillman,
la acusación de la falacia de concretismo luterano. Aquí por
un lado me declaro “culpable” (salvo que no lo veo como falacia),
mientras que por el otro señalo que lo que está en
juego aquí no
es tanto mi concretismo, como el del fenómeno
histórico
mismo del sacrificio, al cual yo tan sólo analizo. Pero sea como sea,
veamos qué dice Hillman. Se refiere a la discusión de Jung
sobre la diferencia entre los enfoques de Lutero y Zwinglio respecto
a la doctrina de la transubstanciación. Para Lutero el cuerpo
y la sangre de Cristo estaban efectivamente presentes en la comunión,
mientras que Zwinglio concebía la comunión como puramente
simbólica. Hillman subraya que Jung acentúa la palabra
como único vehículo de gracia, y no la ceremonia física,
y conecta esta posición con la albedo. Pone a Jung, Zwinglio
y se pone a sí mismo en un campo (el de los intérpretes simbólicos,
espirituales, psicológicos) y a Lutero, Freud y a mí en
el otro: el concretista, físico y literal.
El rito de la primera comunión |
Pero yo creo que está “concepción
puramente simbólica” de la comunión como sólo "compartir
espiritual del cuerpo y la sangre” (p. 10, citando a Jung) es psicológicamente
insostenible, si se lo toma como un paradigma del ritual en cuanto
tal (aunque sea psicológicamente real, en tanto nosotros los modernos tenemos que
pensar así). Reduce la comunión a un mero servicio
conmemorativo. Es una visión falaz del ritual, como muestran los
resultados de esta visión. Jung describe estos resultados
con gran honestidad en sus Recuerdos, a partir de su propia
experiencia de la primera comunión en la que participó: “nada
había ocurrido... nada en absoluto... ni rastros de Dios... se
había hablado sobre Él, pero todo se había reducido
a meras palabras. No había observado signo alguno de 'comunión',
de 'unión', de volverse uno con...¿Con quién? ¿Con
Jesús? Si era sólo un hombre que había muerto hacía
1860 años. El hombre Jesús tuvo una relación con
Dios, seguramente. Pero ¿cuál era el sentido de este terrible
servicio conmemorativo con el pan plano y el vino amargo? Lentamente
llegué a
entender que esta comunión había sido una experiencia fatal
para mí. Había resultado vacía; más que eso:
había resultado una pérdida” (p. 54 ss., Vintage
edition. He cambiado la confusa traducción “una pérdida
completa” por “una pérdida”).
“No más que palabras”. Un Erinnerungsfeier (servicio
conmemorativo) vacío. Esto es lo que resulta inevitablemente, si
se sigue el camino de Zwinglio, en el que la palabra, en tanto que palabra
literal (separada de lo concreto), es el único vehículo
de gracia. Si Hillman dice que los dioses quieren ser recordados y que “los
rituales ayudan a recordar; eso es todo, pero es mucho” (p. 13),
le contradigo, junto a Jung, y afirmo que eso es nada, es vacío, incluso
una pérdida. En el mejor de los casos es Hollywood, un espectáculo
folklórico, un circo. Y es una castración de la noción
misma de ritual. Los rituales no son Erinnerungsfeiern, ni un
tipo de "aide-mémoire". Son (una forma de)
la actividad de la fantasía por la cual la psique crea (no
sólo recuerda) cada día realidad, incluyendo sobre todo
la realidad de los dioses. ¿Y por qué me acusa Hillman
de una “reversión al protestantismo” (p. 17) mientras él
se considera un pagano? Su posición es como la de Zwinglio, y mucho más
unilateralmente protestante que la mía, y su enfoque del ritual
como apoyo a la memoria (es decir, como un mero signo, y no
verdaderamente simbólico) no está ciertamente de acuerdo
con la visión
pagana (la cual, como dijo Jung, era completamente concretista y totalmente
simbólica, como la visión católico romana y luterana
de la transubstanciación).
Si todo lo que hacen los rituales es ayudar a recordar,
entonces son como los dedos que usan los niños pequeños
para contar o calcular, y nada más. Cuando ya hayan crecido, no
necesitarán más la ayuda sensorial de sus dedos, porque
sus operaciones matemáticas se habrán vuelto independientes
del mundo exterior y se habrán retirado a la interioridad
de sus propias (individuales, subjetivas) mentes (intelecto, Entendimiento).
Lo mismo ocurre con la relación con un dios y con la imaginación,
si el ritual se concibe como sólo una ayuda visual para recordar.
La actividad de fantasía del alma se retira dentro de nuestra
propia subjetividad privada. No olvidar a los dioses ya no es un acto “objetivo” y
público. Es (ego) psicológicamente mi imaginar (mi de
cada persona), mi habilidad imaginativa, mi ejercicio
de una función mental. Pero esta mente, en tanto que mi subjetividad
privada, no es la mente de la que habla Hegel ni la psique de Jung, ni
la actividad de fantasía que crea realidad cada día. Como
función psicológica o como facultad pertenece (junto con
sus productos) a nuestra interioridad personal y está en un estatus
semejante al que en ética tiene la mera buena intención.
Aquí debo recordar al lector que he dicho que
el concretismo que prevalece en mi análisis del sacrificio no
es mi concretismo, sino el del fenómeno. Y eso me lleva a la primera
falacia de la que se me acusa, la del modelo histórico, que discutiré brevemente
en conjunción con la acusación de mi supuesto “enfoque
activista y humanista de los dioses”, mi “retorno al punto
de vista estándar del ego” (p. 11). Estos cargos no surgen
de mi escrito, sino de la lectura de Hillman. En ninguna parte el sacrificio
de las antiguas culturas es para mí un modelo para el presente.
Usé el tiempo pasado porque considero los sacrificios como un modo del
pasado, absolutamente obsoleto, caduco. Afirmo expresamente que ni si
quiera podemos desear regresar a ellos. En ninguna parte sugiero que
la historia podría responder a nuestras preguntas. En ninguna
parte pido que se obedezca a los dioses “mediante una imitación
del pasado” (p. 3) o pido “algo concreto, como matar animales” (p.
16) No me interesa en absoluto “lo que debiera ser, más que
dónde estamos actualmente” (cf. p. 14), lo cual considero
un interés necio y sin sentido. No tengo un “anhelo romántico
de invertir la historia” (p. 17) o de “restaurar” (p.
16) algo o “regresar al culto de la lanza, el hacha y al cazador/guerrero” (p.
5). Es ridículo suponer que yo podría decir: “qué estamos
haciendo nosotros al respecto; hagamos algo; saquemos el cuchillo” (p.
11). Yo no estoy pidiendo nada, no tengo “programas” (p.
16). O mejor dicho: mi programa es el no-programa de simplemente conocer,
comprender (begreifen) y poner en palabras lo que es y
lo que fue. Quiero decir un comprender que implica a la vez nuestro
ser comprendidos y penetrados por aquello que se comprende. Esto
es lo que quiero decir con “sufrir sin compromiso” (que Hillman
obviamente tomó como un sufrimiento emocional personal, mientras
que yo quiero decir sufrimiento lógico: iniciación).
No quiero curar o cambiar nada -porque confío
en la idea de que el verdadero opus alquímico no consiste
en mi hacer sino el hacer de la psique objetiva (es decir: de
la historia). Por tanto no hay “queja”,“lamento”, "descrédito” ni "Europesimismo” (p.
17) o “desesperación” (p. 14), del mismo modo que
tampoco hay optimismo. Optimismo y pesimismo pertenecen al modo de la
ilusión. Todos estos sentimientos e intereses subjetivos no tienen
lugar en la obra de un psicólogo y un pensador, si es profesional.
Su trabajo no es más ni menos que, como lo pone Hillman, contemplar
la sombra de nuestros tiempos, sin ofrecer falsas esperanzas, y emprender,
con respecto por lo que allí vea, la labor del Concepto, comprender,
en el sentido abarcador de comprender recién explicado. Esto
es terapia; saber y atender a la verdad de la era y al dios en su profundidad.
El símbolo del dinero |
Es Hillman quien no puede dejar en paz a los dioses
muertos, sino que quiere resucitarlos - “reconectar los dioses
con los hechos” (p. 16). Cuando hablo en pasado, completamente dispuesto
a dejar que los muertos entierren a sus muertos, es su necesidad
aplicar inmediatamente las ideas del pasado al presente preguntando: “¿Y
ahora qué hay acerca del hacer-alma? ¿Debe derramarse la
misma sangre literal que supuestamente se derramaba en la antigua Grecia
y en Palestina?” (p. 4). Es él quien dice: “Si, la cultura
occidental hoy, aquí, al final de un eón, requiere
en verdad rituales” (p. 4). Yo nunca podría decir eso, porque
creo que nuestro dios, el Dinero (Hillman: La Economía) no exige
rituales ni imaginaciones. Según mi análisis, este Dios es
la manifestación
del Dios cristiano como espíritu, aunque sólo en
Su primera inmediatez (esto es, aún positivizado). Los rituales
y la imaginación aún permanecen “naturales” en
contraste con la naturaleza de logos de este dios. De hecho son totalmente
inadecuadas para Él. Necesita el Concepto, la actividad intelectual
de la psique (ver Plotino). Los verdaderos rituales (en tanto que opuestos
a Erinnerungsfesten,
espectáculos de aniversario, ceremonias formales) son cosa del pasado.
La lógica de nuestra consciencia moderna no nos deja simplemente
traer y poner nuestras ideas juntas y percibir como Uno lo
concretístico, lo simbolístico o lo sensual y lo espiritual,
lo cual sería un requisito previo de los verdaderos rituales. Y
personalmente, como miembro del mundo moderno y de nuestro tiempo,
no adhiero a lo que Hillman llama concretismo luterano en absoluto.
Puede advertirse aquí que por Dinero no quiero
decir meramente dinero literal. Quiero decir Dinero como la lógica
prevaleciente de nuestro mundo moderno y postmoderno. La lógica
del “dinero” lo impregna todo. Se muestra en el turismo,
el consumismo, la publicidad, la industria del espectáculo, la
economía,
en toda la esfera de las comunicaciones y los medios, en el postmodernismo,
en la arquitectura, en nuestro ser-en-el-mundo, en la lógica formal
que gobierna nuestro Entendimiento (la lógica de la cual Marx
dijo que era el dinero del espíritu).
Es Hillman quien tiene un programa y quiere revalorizar
algo que ha perdido su valor, y quiere aplicar el cuchillo: aplicarlo
al “dios por quien los animales están ahora muriendo: La
Economía. Sólo el deicidio puede revalorizar lo que los
animales ya están realizando. Únicamente hacer caer al dios dominante
podría liberar al alma para que se haga nuevamente mediante poiesis y
liberar a los animales de tan sólo matanzas secularizadas” (p.
17). ¿No es éste el activista del ego que así habla? ¿No
es “descuidar donde están (los dioses) efectivamente” en
favor de “lo que debiera ser” (p. 14)? ¡Y qué hybris pensar
siquiera que podríamos derribar al Dios dominante, especialmente
cuando este dios es un dios tan verdaderamente universal, omnipresente
y omnipotente como la Economía! Hillman decide que La Economía
es el dios equivocado y privilegia a los dioses griegos que sólo
sobreviven por medio de su ejercicio de imaginación (que flota
libremente). No se deja "situar" por el opus en la
observación de ese Dios que ocurre que es verdaderamente el nuestro,
nos guste o no. Por el contrario, -en contra del Dios dominante,
el Dinero- elige dioses alternativos que “probablemente
son los únicos poderes en todo el ancho mundo que no han obtenido
un céntimo” (p. 17), dioses que reconocidamente “nunca
fueron locales”, “nunca autóctonos” de su continente
(p. 17 y ss.), lo que a mi parecer los hace utópicos, irreales,
dioses a lo Disney. El Dios cristiano como Dinero, empero, a pesar de
su universalidad y total abstracción, es verdaderamente local,
porque tiene un lugar firme en el alma de todos nosotros (también,
particularmente,
en el alma colectiva de la civilización americana a gran escala).
Y tal como Jung insistía, los dioses reales siempre son específicos
y locales, mientras que todos los otros dioses (como aquellos de India
o China, pero también podríamos decir los de la antigua
Grecia) son meramente contenidos de nuestro aprendizaje (ver su carta
a Neumann, 5 enero 1952).
Pero en tanto el Dios cristiano está en su forma
de Dinero, no es sin embargo un Dios real, aún cuando
es realmente nuestro Dios. En Su forma como Dinero Él
es, con certeza, ya una manifestación de Su negatividad o de su
naturaleza puramente espiritual o logos (ya no natural, imaginal). Todo
lo “natural”,
todos los valores, los rituales, los dioses “naturales”, todos
los significados y las tradiciones han sido y están siendo vaciados,
alquímicamente descompuestos y evaporados en “bienes de
consumo”, es decir en imágenes vendibles y susceptibles
de publicidad (ideas, ideologías, opiniones, programas, los así llamados
rituales como servicios de conmemoración y espectáculos,
religiones, “información”),de modo que pierden el
estatus lógico de sustancias ontológicas (7), el estatus de ser algo
en su propio derecho. Por ejemplo, cuando hoy se cree estar comprando
comida real en el supermercado, en verdad, es decir lógicamente,
se está comprando la idea abstracta de una dieta
saludable. Todo está fundamentalmente
espiritualizado. Habiéndose revelado Dios Mismo como Dinero, ha
emergido objetivamente a lo abierto que Él ya no puede ser imaginado,
sino que sólo puede ser pensado (¡lógica! ¡La
tarea del Concepto!). Pero puesto que esta negatividad
todavía es positivizada como Dinero, no está liberada en una negatividad
absoluta, El es un no-Dios; y puesto que bajo Su dominio, la descomposición
de toda realidad en la pura espiritualidad o abstracción de comodidades
permanece ella misma absolutamente concretista, debe considerárselo
el Dios de la irrealidad (Realidad Virtual). Por esto es que Él no
despierta ningún sentimiento de santidad y ningún significado.
Diría que la realidad (efectividad, Wirklichkeit en
el sentido de Hegel, no Realität) es donde los padres del
mundo Cielo y Tierra a la vez está separados y unidos,
expresando inadecuadamente una relación lógica en términos
mitológicos. Esto era el caso en el mundo informado por el sacrificio.
La lógica del dinero, empero, está determinada por la
sola separatio: absoluta abstracción de todo lo terrenal
o concreto, y absoluto positivismo. Aún la misma Tierra y el cuerpo
se han vuelto abstractamente espiritualizados: un programa “verde” o “feminista”,
respectivamente. Nuestra realidad resulta ser irrealidad, o Realidad
Virtual, nuestro Dios real el Dios irreal pero positivo llamado
Dinero.
¿Es “protestantismo” el que yo mantenga
mi lugar dentro de esta contradicción y bajo el dominio de este
Dios? Seguramente. Pero ¿qué puedo hacer al respecto? El
protestantismo -como el capitalismo y el monoteísmo (en su presente estadio más avanzado)- es ese momento del opus en el
que aún nos encontramos. No podemos elegir el momento de la Obra
en el que queremos estar. Cuando, por ejemplo, se está en la nigredo,
entonces mi total compromiso ha de ser con ello... Tenemos que tomar
la Obra en el momento en que ocurre que está, y en el que sucede,
que es el momento que nos sitúa. Este momento (cualquiera que
sea, y sin tomar en cuenta si intelectual o emocionalmente estamos de
acuerdo con él
o no) tiene que ser cumplido, ser vivido al máximo, ser agotado;
comprendiendo y “sufriendo su lógica o verdad sin concesiones”, a fin de que la Obra
pueda avanzar. No tiene que ser corregido ni combatido por medio de
ideas tan impotentes como el deicidio de La Economía, ni complementado
con los dioses politeístas de una imaginación que ya no
está en contacto con -ni tan solo informada por- lo
que está efectivamente ocurriendo (el verdadero Dios y la imaginatio
vera de Corbin están objetivamente en lo real, es decir,
en la enfermedad, en la imaginación de la enfermedad, y no subjetivamente
en nuestras imaginaciones particulares). Que hubiera otros momentos y
dioses antes, y que pueda haber otros momentos y dioses más tarde,
no es de interés mientras estemos en este momento
presente. La historia, el pasado, sólo sirve para poner en agudo
contraste lo que no somos y dónde no estamos. Pero como tal, puede
también
servir como via negativa para buscar dónde tenemos nuestro lugar
y nuestra verdad.
Sicigia de Sol y Luna |
A medida que escribía esta respuesta, se me hizo
evidente que las acusaciones que Hillman me ha dirigido en un sentido,
se las he devuelto yo en algún otro sentido. Esto muestra
dos cosas, creo. Primero muestra cuán sorprendentemente próximos
son nuestros enfoques y estilos de pensamiento, porque ambos trabajamos
con las mismas categorías y tenemos las mismas preocupaciones. Y
muestra, en segundo lugar, que hay una diferencia real, fundamental, porque
cada uno de nosotros ubica o vincula su propio interés de forma
cruzada, por así decirlo, siempre allí donde el otro no
lo hace. En mi Animus-Psychologie he hablado de la sicigia como
la “unidad de la unidad y la oposición de
los opuestos”. ¿Podría
ser que sea esta sicigia la que se manifiesta en nuestra lucha, uniéndonos
y separándonos a la vez de y ante el otro?
© Wolfgang Giegerich
Notas de Sergi Ferré:
1) Del artículo "Hillman revisando a Hillman: polémica y paranoia" por Marcus Quintaes. Traducido del portugués por Enrique Galán.
2) La falacia ontológica consiste en atribuir a un conjunto todas las propiedades de sus partes.
3) En la psicología junguina, el Ánima es el alma vestida de rasgos femeninos desde un Yo definido como masculino, y el Ánimus es el alma vestida de rasgos masculinos desde un Yo identificado con lo femenino.
4) En el proceso de transmutación de la materia que se detalla en la alquimia hay tres fases. El primero es la nigredo (la oscuridad, asociada a la putrefacción), la albedo (cuando la sustancia se vuelve de un blanco intenso), y la rubedo (la última fase muestra un rojo brillante).
5) Poiesis es un término griego que significa "creación" o "producción".
6) El episodio de los elgony se narra en el libro "Recuerdos, sueños y pensamientos", la autobiografía de Carl Gustav Jung escrita a finales de los años 50.
7) Ontológico se refiere a ser algo en su propio derecho.